sábado, 23 de marzo de 2013

Edificio Royal, de Iván Wild: Un triste trópico

Las películas del cine colombiano reciente (los tres o cuatro últimos años) que toman  mayores riesgos, navegan en una suerte de indefinición génerica. No hablo de aquellas que recogen y reelaboran el repertorio estilístico del cine de autor internacional, como La Sirga, Porfirio, El vuelco del cangrejo o Señoritas (presentada con desproporcionada algarabía en el Festival de Cine de Cartagena), y que en esa medida tienen garantizada una zona de tolerancia y comprensión, aunque sea minoritaria. Ni por supuesto del cine con grandes aspiraciones industriales que resulta fácil de encuadrar. Pienso en films que transitan en terrenos mucho más inciertos como Todos tus muertos, de Carlos Moreno, o precisamente Edificio Royal, de Iván Wild.

La opera prima de Wild, reconocido por su trabajo como montajista (Los viajes del viento, La sombra del caminante) y por su cinefilia, toma una serie de decisiones que son al mismo tiempo retos dramatúrgicos y de puesta en escena: unidad de tiempo y espacio; un material narrativo que se desarrolla, sin embargo, en un puzzle temporal, y un abanico de personajes construido de forma excéntrica, no solo porque muchos de ellos se deslicen en la extravagancia sino porque ninguno es el centro ni cumple con las funciones de heroicidad y transformación de los personajes de las narraciones clásicas.

Edificio Royal cuenta las peripecias de un domingo en un otrora prestigioso edificio de Barranquilla. No es pues un día cualquiera, sino un tiempo suspendido entre el descanso, los rituales familiares, funerarios y religiosos, y una final del fútbol colombiano entre Atlético Junior y Nacional. En ese rango de acciones posibles se mueve la galería de personajes que incluye a la administradora del edificio (Laura García), ella misma venida a menos, su conserje (Adel David Vásquez), y dos parejas que son centrales en la narración: la del embalsamador (Jorge Perugorría) y su soñolienta y soñadora esposa (Katherine Vélez), y la pareja de ancianos que lucha por no naufragar en la senilidad y la desmemoria (Jaime Barbini y Beatriz Camargo).  Estamos ante un film coral, hecho de fragmentos de situaciones y con personajes construidos a través de comportamientos aislados, diálogos o sueños.

Todo ello demanda un guion particularmente férreo (en este caso suscrito por el prometedor guionista Carlos Franco y el mismo director), que pasa por una puesta en escena precisa. Cualquier pieza de la estructura que falle puede dar al traste con el edificio entero, o por lo menos hacerlo chirriar.

El film se arriesga a un tono con escasa tradición en el cine colombiano (valdría la pena citar como antecedentes, quizá los primeros films de Ricardo Coral-Dorado, La mujer del piso alto y Posición viciada), y ese tono no es ni cómico ni realista. A esa vaguedad corresponde la indefinición genérica de la película y el posible desacomodo del espectador. Edificio Royal tiene vecindades con el absurdo, como las tenía Todos tus muertos, pero no por eso es una comedia como han dicho en la campaña de expectativa los productores de la película. Y los aspectos de cine negro, con el crimen de por medio, tampoco alcanzan a cuajar, como sí se lograba en otras comedias negras del cine colombiano como La gente de La Universal.

Laura García, la administradora del Edificio Royal.
Pero eso es más un problema de etiquetas ambiguas por parte de los productores y no de la película, que en cambio sí construye eficazmente una atmósfera enrarecida y artificiosa que le hace justicia a la locación, y un muy buen trabajo de dirección de actores.

En el material de prensa de Edificio Royal se menciona, además de la comedia negra, al gótico tropical como inscripción genérica del film. Y esta última puede puede ser una pista más afortunada como marco de interpretación de la película. Evidentemente estamos en el trópico barranquillero, pero la visión de la ciudad que le interesa a Wild, nacido en el Caribe, por si acaso, dista de aquel estereotipo de ciudad de la selección Colombia o el carnaval, con ingentes dosis de fiesta y alegría o con una canícula estallada de luz. Este en cambio es un trópico triste como los de Levi-Strauss, definido por la espera y la decadencia y singularmente captado por la fotografía y la dirección de arte. Es una frontera geográfica, biológica y cultural donde todo abunda y al mismo tiempo todo se degrada. Y es gótico porque frente a la certeza de la degradación, no hay más alternativa que el encierro, la aceptación cuasi-aristocrática (como lo revela el personaje de Laura García con su obsesión por mantener las apariencias) de un destino inescapable.

Ya sabemos que el gótico tropical está asociado en Colombia a los films de Carlos Mayolo y Luis Ospina, en la década de 1980, que fueron tomas de posición estratégicas frente a dos discursos culturales, con fuertes cargas de esencialización: el trópico como metáfora recurrente sobre América, y el cine de género en el que Mayolo y Ospina entraron a saco para utilizar sus códigos pero con el objeto de producir nuevos significados.

Edificio Royal pertenece a ese mismo programa estético y político: utilizar estereotipos culturales para ir más allá de ellos, para forzar nuevos sentidos a partir de lo que aparentemente está clausurado. Y aunque haya algunos bloques mal colocados en esta estructura, como cierta  propensión a abandonar los personajes a su suerte, justo cuando los espectadores pueden estar tomando cariño por ellos, o los discutibles planos inicial y final, es claro que la película tiene más que brochazos afortunados. Abre la posibilidad de explorar caminos menos comunes y transitados en un cine colombiano genéricamente definido por su timidez.

Ver trailer:

   

domingo, 3 de marzo de 2013

La inauguración del FICCI 53: las charreteras del poder

Graciela Maglia, profesora de la maestría en literatura de la Universidad Javeriana, nos decía en una de sus clases que en los textos hay "lugares semánticamente calientes". Y que el inicio de una novela, por ejemplo, es uno de ellos. "Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia", escribe José Eustasio Rivera, al puro comienzo de La vorágine, y ahí tenemos una síntesis decantada del destino de Arturo Cova. "Longtemps, je me suis couché de bonne hevre”, escribió Proust en El camino de Swann (“Mucho tiempo he estado acostándome temprano" en la versión de Pedro Salinas), una frase que según Luis Antonio de Villena se saben de memoria todos los franceses.

Pues bien, acaba de terminar la versión 53 del Festival de Cine de Cartagena, ahora convertido en un evento gigantesco e inabarcable, y me gustaría analizar aquí esa primera frase del FICCI de este año, su inauguración, como un acto cargado semánticamente, que permite entender cosas, muchas veces incómodas, sobre la cultura y el cine nacional.

La pareja presidencial, escoltada por Salvo Basile, quien se autodefinió como "más presidente que el presidente". Foto tomada de El Universal (Álvaro Cárcamo Oyaga, el fotógrafo) de Cartagena.



El evento, que tuvo lugar en la Plaza de la Aduana de Cartagena, el pasado 21 de febrero, se desarrolló de acuerdo con los más estrictos y aburrridos protocolos de seguridad, y con la consabida y típica sucesión de discursos, antes de la proyección de la Gala de Inauguración, a cargo de Roa, la tercera película de Andrés Baiz. 

Sin embargo, en estos discursos, generalmente ascépticos y convencionales, se fueron deslizando a granel guiños y datos que hacen sospechar que, si bien la programación del FICCI ha llegado a una innegable madurez, el evento es aún un reo del parroquianismo y la demagogia. "Exhibición impúdica del contubernio entre cultura y poder", escribí en estos días en un post de Facebook.

¿Por qué sigo pensando que es así? ¿Por qué me parece que en esta inauguración se perdieron "las buenas maneras" y el pudor? La política y los políticos fueron los protagonistas de esta noche, lo cual parecía en perfecta consonancia con el talante de la película de inauguración. Protagonistas de los discursos fueron los senadores Lidio García y Carlos Fernando Motoa, ambos de la región, que recogían los réditos por haber liderado la iniciativa de declarar al Festival "Patrimonio Cultural de la Nación" y que fueron mencionados con supina generosidad en los discursos. Y el presidente Juan Manuel Santos, que por tercer año consecutivo inauguró el FICCI, y que recibió el gregario saludo de toda la comitiva del Festival.

Salvo Basile, presidente de la Junta Directiva del FICCI, no tuvo ningún reparo en hacer campaña reeleccionista cuando dijo en su discurso: "Gracias Presidente y señora María Clemencia por acompañarnos por tercer año consecutivo y esperemos que sean cinco más". Y Santos, ni corto ni perezoso, recogió el presente. En su discurso, el presidente hizo las consabidas citas cinéfilas que ya Lucas Ospina ha analizado en una columna de La silla vacía, pero sobre todo hizo política, que al fin y al cabo es lo que hacen los políticos.




Anunció que la deducción del impuesto a la renta para donantes e inversionistas privados a las películas colombianas, un mecanismo contemplado en la Ley de Cine de 2003, aumenta -si se cumplen unos mínimos requisitos- del 125% al 165% de lo invertido y que se aumentaron también los topes de inversión para los films nacionales, topes que hasta ahora habían sido una política estatal para mantener en cintura al cine colombiano en simetría con la realidad de su mercado, evitar la inflación de los presupuestos y prevenir el ingreso de capitales non sanctos

 
El discurso completo del presidente.

Aunque la ley 1556 de 2012, o ley "Filmación Colombia" ya avanzaba en ese sentido, ahora parece claro que el cine nacional se entregará dócilmente al más rudo "culto al capital". Pero Santos omitió que la Reforma Tributaria presupone cambios para la inversión privada en el cine (1) y que la primera de sus medidas anunciadas en realidad es más un paliativo que un regalo.

ver el punto 4 de esta noticia: 



La soledad, abrumadoramente acompañada, del presidente. Foto tomada de El Universal.

De impudores y cosas peores

Cosas más impúdicas dijo Juan Manuel. Por ejemplo, la de reclamarse como gestor de la primera Ley de Cine, junto con Silvia Amaya y Claudia Triana. Omitió decir que la primera fue su esposa y con ello señalar el camino que debe transitar la cultura para llegar a las altas esferas del poder. El presidente de la transparencia se cuidó de mencionar los intereses de su familia en el negocio del cine, lo que me hizo recordar aquel debate presidencial en el que dijo ignorar quienes eran los accionistas de El Tiempo. Santos habló de las películas nominadas al Oscar en este 2013, sentó su posición sobre Operación E, y comentó que la "Operación Jaque", es más cinematográfica que la recuperación de los rehenes en Irán que reconstruye Argo. (Según un confidencial de Semana, ante la inminencia de que la película sobre "Jaque" se filme, ya Santos manifestó el deseo de que su papel lo interprete Harrison Ford). Y, the last but no least, le echó la pulla a Uribe, cuando en referencia a Lincoln afirmó que en esta película de Spielberg se demostraba como se podía hacer reformas conservando las "buenas maneras".

Pero el broche de oro de la noche fue la presentación de Roa, de Andrés Baiz. El director caleño también rindió tributo de admiración a Santos (ahora Baiz también debe estar preparado para su bienvenida a esta familia nada fácil a la que ya entró Manolo Cardona por el viejo vínculo de las alianzas matrimoniales) y presentó su película. Las calidades y limitaciones de Roa son asunto de otro tipo de análisis, pero los gestos del director cerraron una noche marcada por la frivolidad y la (paradójica) despolitización. Roa termina con la Bogotá semidestruida de 1948 y con la imagen cuasi-religiosa de un asesino martirizado. 

Mauricio Puentes en Roa, de Andrés Baiz.
Tras el final de la proyección, Baiz, Catalina Sandino et al, subieron al escenario para recibir el más bien frío aplauso de los concurrentes. "La historia dice lo que pasó, la poesía lo que debió pasar", dijo Baiz citando a Aristóteles. El sentido y la oportunidad de la frase del estagirita aún me resultan abstrusas en ese contexto, aunque algo pude entender cuando en la fiesta de inauguración, patrocinada por Dynamo y precedida por el "A gozar" de Andrés Baiz, que resonó en los cuatro costados de la Plaza de la Aduana, cuando apenas procesábamos su película, vi que circulaban botones con un "I Love Roa" impreso, entre un generoso río de whisky y cerveza. El mismo texto se leía en la valla que dominaba el sarao, frente al Palacio de la Inquisición. Fue ahí que entendí que la cultura está destinada a ser un souvenir, algo apenas diferente al turismo o más exactamente, su necesario complemento. Al fin se cumplió la pionera intuición de Víctor Nieto Núñez cuando en 1960 inauguró este Festival.



Notas:

1). Mañana lunes, precisamente, habrá un foro que analiza el impacto de la Reforma Tributaria en las industrias culturales y creativas. Ver:

viernes, 1 de marzo de 2013

Operación E, o el arte de desviar la atención

El arranque y la conclusión de Operación  E, la coproducción hispano-francesa dirigida por Miguel Courtois y con una mínima participación colombiana,  lanzan el anzuelo para que nos preguntemos qué tan legítimo es mentir en el cine "basado en hechos reales"; y esto ocurre en un contexto internacional agitado por  la misma  discusión, toda vez que las grandes nominadas a los Oscar 2013 (ArgoZero Dark Thirty y Lincoln) fueron objeto de igual reproche.

Es claro que toda  obra (un film, una novela e incluso un artículo periodístico) asume un punto de vista que afecta, por ejemplo, la selección del material y los grados de implicación o distancia del narrador con los protagonistas de los hechos. Operación E es una película con una presentación claramente favorable de José Crisanto Gómez, el campesino que recibió de las FARC a Emmanuel Rojas. El film, dedicado a las víctimas del conflicto armado (no sabemos muy bien de qué país, lo que termina por ningunearlas), quiere mostrarnos a este personaje, magníficamente interpretado por Luis Tosar, como una víctima más, rodeado de unas fuerzas que lo cercaron y le destruyeron su vida, sin que tuviera ninguna posibilidad de elegir.  

Asimismo, Operación E evita de manera deliberada ocuparse del drama personal de Clara Rojas, mostrando de ella lo que estrictamente supimos a través de los medios y que por lo tanto es de dominio público. De esta forma, la discusión sobre una posible lesión de la intimidad de la ex secuestrada queda saldada a favor de la película. 

Luis Tosar como José Crisanto Gómez
El caso de Emmanuel, que aparece con nombre propio y es el móvil de todos los acontecimientos,  es mucho más complicado, pues sus derechos como menor de edad y víctima que merece una especial protección tal vez si queden afectados, y eso explica que la película se estrene ahora de manera sorprendente y apresurada, para aprovechar el fracaso de Clara Rojas en su intento de obstruir su exhibición, pero con la procuraduría haciendo preguntas incómodas y pertinentes que obligarían al film a volver al ostracismo. 



No es pues un asunto de libertad de expresión, como lo han dicho a coro los medios, y como incluso lo manifestó el presidente Santos en el discurso de inauguración del 53 FICCI, la semana pasada, tomando partido a favor de una instancia del Estado (la juez que permitió la exhibición de Operación E), en una actitud impropia de un jefe de gobierno. Se trata, más allá del populismo ideológico o el partidismo interesado, de una sofisticada discusión jurídica que puede hacer las delicias de los futuros abogados y sentar jurisprudencia sobre casos venideros.

Pero volvamos a José Crisanto y su presunto papel de víctima. Para favorecer este punto de vista, la película no solo  lo convierte en el centro del drama, sino que lo construye como un campesino ingenioso y simpático, un héroe cotidiano cuyo heroismo se ve además favorecido por la fuerza que tiene Tosar. Es un encuadre legítimo, y lo mejor de la película, de lejos, es contar el conflicto colombiano desde abajo, mostrando las "tretas del débil", la capacidad del ciudadano de a pie para reacomodar día a día sus estrategias de supervivencia. Y a pesar de eso Operación E no suscribe una neo-picaresca de sujetos que le hacen el quite a la guerra, por el contrario, dado el destino del campesino, a lo que asistimos es a una tragedia que nos provoca una catarsis de indignación.

Pero, ¿a qué precio? Puesto que lo que es menos legítimo, o por lo menos se debería volver materia de discusión, es la manipulación emocional y la mentira histórica disfrazada de información objetiva. En este último caso, la película es bastante ligera cuando una vez pasan los créditos iniciales leeemos un resumen informativo -y que se entiende como información exacta y verificable- sobre los orígenes y trayectoria de las FARC. Al explicar los comienzos de las FARC como un brazo político del partido comunista, la película desconoce el origen campesino y de autodefensa de esta agrupación, que con el tiempo, poco o mucho, fue derivando hacia una guerrilla marxista. Parece una inexactitud menor, pero no lo es, y menos en un tiempo de procesos de paz y de luchas simbólicas. 

Ignorar la historia de las FARC, resumirla en unas cuantas líneas sumarias, impide no solo la reconciliación nacional sino entender lo que significa la corrupción de los ideales de esta guerrilla, convertida en una cosa peor que la que combaten; una degradación que es resultado de un proceso histórico complejo y trágico.Y nos hace pensar en la imposibilidad de una escritura "justa" de la historia. En este caso no se incurre en la mentira o en la liviandad histórica para favorecer la narración o potenciar el drama, como arguyeron los productores de Argo o Lincoln. Se trata de un desliz ideológico. Al sugerir que las FARC siempre fueron terroristas, que siempre fueron iguales a sí mismas, se les masacra simbólicamente, y queda precisamente abierto el tipo de malentendido y de herida imposible de sanar.

La película, sin embargo, logra reponerse como el ave fénix de esta señal de alarma del comienzo, que haría presumir lo peor: un film afín al poder de turno y con reducida perspectiva histórica. Los hechos se van encadenando de manera creíble salvo esa escena inicial con la voz fuera de cuadro de Clara Rojas, con unos helicópteros que sobrevuelan un claro en la selva, y con un niño que es apresuradamente arrebatado a su madre. Una escena tramposa y poco creíble desde cualquier punto de vista.  

Pero el colmo de la manipulación emocional es el final. Crisanto es separado del programa de testigos protegidos del gobierno y llevado preso. Su familia es lanzada a la calle. Aquí la película enhebra un discurso muy crítico sobre la inhumanidad del Estado, o para ser más exactos, del gobierno de Álvaro Uribe que lo representaba en ese momento, al mostrar como usó al campesino tanto como las FARC. Gómez paga una condena de seis años, según la película, aunque en realidad fueron cuatro. Y vemos a su familia engrosando la población desplazada de las grandes ciudades. Es un destino previsible para una familia que indudablemente fue víctima. 

Martina García, la campesina, esposa de Crisanto,  increíblemente bella y en buena forma, tras seis embarazos












Ver por ejemplo la entrevista que publicó hoy Semana con José Crisanto Gómez:
http://www.semana.com/nacion/articulo/aqui-para-defender-nino-mira-quien-hijo/334937-3 

Pero también es  un golpe bajo y una ligereza, destinada a criticar burdamente al gobierno colombiano, y empatar las cargas. Ni FARC ni gobierno, solo las víctimas.

Es una posición bienintencionada, pero demasiado simplista.

Operación E es una película rescatable en muchos aspectos y nos entrega un punto de vista necesario sobre el conflicto colombiano: el de las víctimas en un tiempo que, como dice, Beatriz Sarlo, es "su tiempo", "nuestro tiempo". No era pues necesario ese rudo señalamiento del victimario. A estos últimos, habría que identificarlos con precisión, porque sus crimenes no son intercambiables. O en su defecto ignorarlos.

Ver: 

Entrevista con el director de Operación E:


Trailer de la película: