miércoles, 11 de noviembre de 2015

Alias María, de José Luis Rugeles: Sola contra todos

Alias María, se estrena este jueves 12 de noviembre, después de un importante recorrido por festivales nacionales e internacionales.

Por Gloria Isabel Gómez**

María corre por la selva con un recién nacido bajo el brazo y un fusil en su espalda. Desesperada, oculta al bebé entre un matorral y huye sin saber qué hacer. Es uno de los momentos más dramáticos del segundo largometraje de José Luis Rugeles, que se estrena en Colombia después de abrir el Festival de Cine de Cartagena y de su participación en “Una cierta mirada” de Cannes 2015.

Igual que en sus anteriores trabajos como director (García -2010- y el cortometraje El dragón de Comodo -2007-), en Alias María está presente la supresión de la libertad que esta vez no está relacionada con el secuestro -a pesar de ser el retrato de una guerrillera- sino con la imposibilidad de ejercer libremente derechos fundamentales.

En esta película la cámara sabe cómo moverse y cuándo detenerse sobre los personajes: los persigue por la selva, o permanece estática durante algunos planos de la protagonista en soledad, mientras llora o reflexiona. La saturación del color y la plasticidad de El dragón de Comodo así como los largos travellings de García, son reemplazados por una dirección de fotografía puesta al servicio de los giros dramáticos de la historia y de la lucha de María por sobrevivir.

Se ha eliminado también el humor que en García matizaba la problemática situación del protagonista y se opta por una serie de acontecimientos trágicos que ocurren muy seguidos unos de otros. En esta historia adversa y de gran dramatismo, la música disminuye la sensación de realismo que sí tienen la propuesta fotográfica y actoral. A pesar de ello, la narración da cuenta de una posición personal sobre el conflicto colombiano reforzada a través de elecciones estéticas y dramatúrgicas arriesgadas pero coherentes con los infortunios que vive María.

Los actores no son reconocidos intérpretes sino personas que tienen poca o ninguna formación en el oficio, los coloquialmente llamados “actores naturales” o no-actores. Cada uno de ellos fue preparado para su papel a través de talleres sobre teatro o cine y ensayos sin el guion para los cuales se utilizaron situaciones que les permitieran adentrarse en el universo de los personajes. Estos jóvenes que viven en zonas vulnerables del país aportan realismo a la narración: sus rostros, entonaciones y gestos hacen creíble la historia de María, una niña de 13 años que pertenece a la guerrilla y que debe esconder su embarazo, el cual no está permitido en el ámbito del grupo armado.


Karen Torres, protagonista de Alias María, fue escogida tras un largo proceso de selección con actores no profesionales.

Es esta situación la que dota al guion de un peso emotivo y dramático adicional porque la lucha del personaje no es solo por sí misma sino también por la vida del hijo que lleva dentro. Esta condición del personaje distingue a Alias María de otras películas del  cine colombiano que abordan el tema de la infancia vulnerable como Los colores de la montaña (2010) o La vendedora de rosas (1998). Rugeles señala directamente temas como el abuso sexual que desencadena enfermedades, secuelas psicológicas, embarazos o abortos forzados.

Esto facilita que no se juzgue a María por el bando en el que lucha; al contrario, se reconoce que ella ha sido reclutada en contra de su voluntad y que está obligada a continuar en ese grupo. A pesar de la atmósfera negativa y hostil, la protagonista desarrolla un instinto maternal incondicional y lucha no sólo con el bebé de su comandante, sino con otro personaje de la película, un niño que también ha tenido que padecer la crudeza de la guerra desde la infancia. Verles recorrer la selva temerosos, con sus ropas manchadas de sangre y huyendo de los adultos, recuerda el abandono y vagabundeo infantil de Los 400 golpes, de François Truffaut, una referencia inevitable en la secuencia final, cuando María detiene su paso acelerado y mira hacia la cámara.

Una película sobre mujeres

Los niños hacen parte de una realidad que es extraña para ellos, y una forma de expresarlo es a través de una metáfora recurrente que aparece en diferentes momentos de la película: unas hormigas que cargan un gran peso de hojas a cuestas, mientras se mueven entre la selva y las ramas. En el cine, donde todas las imágenes son planeadas, se reitera varias veces la tenacidad de María para enfrentarse a responsabilidades más allá de sus límites. Como ella, la mujer del comandante es capaz de asumir graves consecuencias por proteger a su hijo y defender su derecho a ser madre. Lo anterior, mas allá de ser una observación es una síntesis de la dedicatoria que hace Rugeles en su película: “Dedicada a ti mamá y a todas las mujeres que luchan”, en la que es evidente una defensa de la maternidad y de la mujer, que otorga otro elemento diferenciador de la película sobre otras producciones nacionales.

Alias María consigue hacer un retrato de un país herido a través de la infancia vulnerada, en un momento histórico a nivel social y político en Colombia, en el que la posibilidad de paz es una esperanza cercana, y el fin del reclutamiento ya fue ordenado por parte del máximo jefe de las FARC el pasado diez de octubre.  Paralelamente, la película sigue cosechando triunfos en el extranjero (“Mejor película” en el Festival de Cine de Haifa, Israel  o Selección Discoveries del Festival de Cine de Varsovia) y desarrolla una campaña en contra de los niños en la guerra llamada “Más niños, Menos Alias”.

Es evidente que el rol del cine como documento que permite relacionar la realidad con la memoria le da a la película más importancia a nivel temático y narrativo, pero lo interesante es como aunque esta vigencia se incrementa por los actuales procesos de paz en La Habana, Alias María pudo haberse contado hace diez, veinte o treinta años porque el reclutamiento forzado de niños sucede hace décadas en nuestro país, y María es una representación de muchos anónimos cuyas historias no se han abordado lo suficiente.

Si el cine colombiano debe mostrar más “Marías” para generar una reflexión profunda en sus audiencias sobre el impacto que tiene la guerra sobre los niños que lo haga sin temor a mostrar la bajeza del conflicto y que sea a través de estas miradas que se construya una postura firme para respetar la vida y la libertad de todos los seres humanos.

*Este texto fue escrito dentro del taller de crítica realizado en el marco del 55º Festival de Cine de Cartagena de Indias y ampliado en un coaching posterior que la autora recibió en el Centro Ático de la Universidad Javeriana, como estímulo por su participación destacada en esta actividad.

** Gloria Isabel Gómez es estudiante de la carrera de Comunicación Audiovisual y Multimedial de la Universidad de Antioquia.


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domingo, 1 de noviembre de 2015

¡Que viva la música!, de Carlos Moreno: Sin sangre en las venas

¡Que viva la música! se estrenó este jueves 29 de octubre en las salas de cine de Colombia.

Para tolerar mejor ¡Que viva la música! es recomendable olvidar el referente literario, que no solo es una gran novela sino un mito generacional, y cuya presencia fantasmal se siente por todos lados amenazando la autonomía de la película. Sin embargo, ni los productores ni el director facilitan ese paso al costado de la obra de Andrés Caicedo. Por un lado hacen un gesto de soltar amarras al hablar de inspiración y no de adaptación. Por otro, quedan soldados a la novela no solo por el título homólogo que funciona como un gancho comercial, sino porque vistos en aprietos para darle estructura a la narración y "explicar" a los personajes, no encuentran nada mejor que acudir a una voz en off con los textos caicedianos intactos.

Y ahí empieza Cristo a padecer. ¡Que viva la música!, libro y película, son narraciones de iniciación que muestran el aprendizaje de María del Carmen Huerta, una niña bien -rubia rubísima- que vive en los barrios del Norte de Cali, americanizados y aspiracionales. Katia González Martínez (1) ha descrito en detalle el significado, no solo cultural sino también socio-económico, del desplazamiento del Norte al Sur que es la columna vertebral de la narración caicediana. El Grupo de Cali, nacido en el seno de las clases medias altas y altas de esa ciudad, descubrió la otra urbe que estaba creciendo en los márgenes y reivindicó su potencial cultural. Fue un desclasamiento, un intento de burlarse del enano fascista que históricamente ha gobernado las relaciones de clase en Colombia. El valor político de esa desmarcación, que se expresa en el paso del rock a la salsa, corresponde a un contexto muy específico -los años setenta- que es imposible de trasladar y a una música única e intransferible que no se puede reemplazar (como ocurre parcialmente en la banda sonora del film), sin que se sacrifique su sentido y su función narrativa.

La atemporalidad que Carlos Moreno propone como alternativa, no pasa de ser una intención. ¡Que viva la música! es una película del presente, con jóvenes lisérgicos -y letárgicos- levemente confundidos en materia existencial y sexual, pero básicamente ansiosos e inseguros, con esa urgencia de emociones nuevas que es la herencia del sombrío neoliberalismo en el que han crecido. La "desadaptación" que Moreno y sus guionistas Alberto Ferreras y Alonso Torres nos proponen, capta quizá algo del espíritu de nuestros días pero entra en abierta contradicción con la vehemencia autodestructiva de los textos en off, donde la María del Carmen literaria, se afirma, gozosa, en su tiempo y su destino. 

Ni el personaje ni los gestos ni la voz con los cuales Paulina Dávila dota a su María del Carmen pueden transmitir vivacidad y potencia. Su presencia es siempre igual y así, disminuida emocionalmente, lesiona el centro de una narrativa de transformación como la de toda bildungsroman. En los referentes literarios de esta tradición, desde el Werther de Goethe hasta ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo, el mundo es filtrado por la conciencia adolescente y la fractura e inadecuación entre el individuo y el afuera, pueden ser eficazmente transmitidas en un flujo de palabras. Pero en el cine solo tenemos cuerpos -el mundo material incluido el sonido de cada idioma- y ante una actriz con un registro tan limitado en la expresión de sentimientos, tonos de voz y gestos, la película entera se desmorona, y la voz en off aparece como un recurso desesperado por salvar lo que, en verdad, no tiene salvación.



Moreno le imprime fuerza plástica a cada plano. Para eso, ya sabemos, es un director muy bien dotado. Pero esa cosmética de las imágenes no hace más que reforzar la superficialidad de los caracteres. Queda en evidencia lo poco que se invirtió en construir una dramaturgia que no dependa del contenido anecdótico del libro. La manera de resolver cinematográficamente -o en algunos casos de agregar con cosecha propia- el material que proviene de la novela, es de una ligereza que desconsuela y entristece. 

Bastarían unos ejemplos: la manera como la película se contorsiona para lograr un equivalente visual del viaje de hongos, que es uno de los fragmentos más impresionantes del libro y de toda la literatura colombiana, el acercamiento sexual entre María del Carmen y Mariangela y el intempestivo suicidio de esta última o el encuentro de la protagonista con el cuerpo de los hombres del sur.  En estos tres casos, y en muchos otros, lo que salta a la vista es el alarde técnico y estético que quiere cubrir la incompetencia para entrar en el mundo del personaje, para entender su asombro, su desesperación y su energía: esa feliz autodestrucción que nos marcó a todos. María del Carmen queda reducida a una erotómana con uno que otro mohín existencial en el lapso que separa la aventura anterior de la siguiente. 

Al decir que esta película expresa cosas de este tiempo y del desamparo y desubicación de los jóvenes de hoy en día, cabría preguntarse si entonces se convertirá en un manifiesto, en una compañera de ruta de las nuevas generaciones. La respuesta vendrá del público joven al que parece estar dirigida. Sospecho que para lograr esa adhesión le falta el conservadurismo que es la otra cara del miedo que lo domina todo. ¡Que viva la música! está construida entre dos mundos, dos músicas, dos épocas, dos lenguajes -el cine y la literatura- pero con una gran ausencia de centro y corazón.

Nota:

1). La sugerencia sobre ese sentido último de la obra de Caicedo la ha expresado Katia González Martínez en distintas ponencias. Su investigación sobre el arte en Cali en la década de 1970 está recogida en Cali, ciudad abierta. Arte y cinefilia en los años setenta, Cali, Ministerio de Cultura, 2014.

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